miércoles, 9 de noviembre de 2016

Inexistencia.

¿Dónde fue a parar tu sonrisa de siempre? Como Ian: mis manos cubriéndome la cara para que no me veas ni me eches en falta. Ayer, una persona me convidó a la inexistencia.

Si se trata de elegir, y excluyo la sonrisa inmaculada de Carmen, bendita esposa de Eugenio, mi sabio y viejo amigo muerto, otra sonrisa que me calaba los adentros me ha dejado de sonreír. Ayer fue un día triste para mí. Una sonrisa no debiera mudarse del ánimo de una persona. Necesito la sonrisa de una persona, aunque sea accidental. Una persona, que además es mujer, ha ideado un plan de fuga con su sonrisa y lo ha conseguido. La sonrisa de una mujer se ha ido de mi vida. Pero no hay afrenta.

No es sano para el alma quedarse con las palabras por decir. No tanto con los gestos. Más allá de las vergüenzas cotidianas está la sonrisa alegre. ¿Lo demás a quién importa? Y a más sin son vergüenzas crecidas de ira sin contrastar. ¿Vale entonces la Ley del Talión? Tú no me sonríes, yo no te sonrío. ¿Y entonces? Joder, dona, vamos de mal a mucho peor. Quién pudiera ir a la guerra, si hubiera que ir, sin escopetas ni bandera. Pongo a María, la Magdalena, por testigo, que si me comprometo con la victoria será a cambio de una sonrisa. Lamento el sucedido, pero no hay vuelta atrás: me quedo sin la primera mejor sonrisa porque así lo ha decidido. Cada cual es dueño de sus actos; lo sabe todo el mundo. Tal vez un día amanezca feliz y podamos volver al amor y la santa poesía en la cotidianeidad y una sonrisa me sonría de nuevo. (Nada tan inútil como escribir el día que me gustaría vivir si a la vez voy perdiendo las mejores sonrisas. Hoy soy más pobre que ayer. Pierdo mi espíritu vital antes de levantar la cabeza). Gracias... (de nada).

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