domingo, 13 de noviembre de 2016

Qué pena.

No soy de esas de estar machacando y dale sobre un tema sino es por amor. Pudiera parecer que son asuntos propios, como aquellos días de los trabajadores; ahora no tienen ni 20 minutos para comer el bocadillo, a pesar de las sentencias judiciales en contra. No soy de esas ni de las otras. Vivir la vida en este mundo no me gusta ni me siento cómodo. Aprendí todos los valores que les enseñé a mis hijas en la universidad a distancia. No pude ser un padre ejemplar después de haber entregado solo media vida a mi familia. Los asuntos inaplazables que tanto critico también los tuve yo. Fueron triunfos y derrotas que no merecieron la pena, y eso que a mí, en aquellos tiempos, evidente, me parecían esenciales para seguir. Sino todo por la patria, por la familia. Sin embargo, la familia quiere hogar, ¿hoy papá tampoco vendrá a comer? Lástima. La familia, la familia. Y los niños primero. Y después los amigos, sin olvidar, que si hablamos de amigos, y si digo amigos digo amigas, es cosa de dos. No vale que uno quiera y el otro se deje querer. No vale el amor de un solo dueño. Somos nuestros peores enemigos. Y así nos va. Disimulando, al viento las banderas, políticos de pandereta, y el fúrtbol que no falte. Se trata de correr riesgos inútiles. Con lo bueno que era... y joven y guapo y patatín. Qué pena que haya muerto después de haber vivido como ha vivido: sin pena ni gloria. Su legado, su castigo. Qué pena, ay, como el bolero. Gracias... (de nada).

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