El miércoles, la dama que vela mis sueños con la sala de espera a rebosar llegó más tarde que siempre y quiso que una amistad se colara y a poco más se quedara a vivir en la consulta. Joder dona. Llegó mi turno y después de explicarme sin detalle que el resultado de la prueba con los cables para la edad que tenía bien (o regular). ¿Para la edad que tenía? De otras suertes bien, gracias. Pero ella quería saber de mí: ¿A qué cuento viene al caso saber de mí? Y la sala de espera a rebosar. Me preguntó por mi esposa y si tenía una foto de Ian. ¿Qué carajo le importa si tengo o no una foto de Ian? Enseguida, como si me importase, disertó acerca de la amistad que transciende olvidando los pasos dados. Y del porvenir que no viene. Pretendía acorralarme y me dejé acorralar: ¿Usted es feliz? Me contestó que sí. Genial, le dije, porque mucha gente es feliz y no lo sabe; ahora, aclarada la duda, qué le parece, puesto que los cables están bien conectados y la corriente pasa cuando pasa, y las neuronas hacen lo que pueden, si me da los papeles de los resultados y nos vemos otro día si usted quiere. Sospecho que no está cómoda con su vida, se la ve feliz ¿disimula? No sé ni me importa. Cada cual debe plantearse metas posibles en los años altos. Los dos somos viejos y el tiempo que nos queda por vivir llega hasta donde alcanza.
Que el desánimo no nos emborrone el papel que escribimos. Y no asustemos a la gente que queremos y nos quiere. Disfrutemos de la vida, vivamos, pero no se nos ocurra parar a mirar cómo se queman las velas de otros barcos. Paso meditado sin dejar de mirar de soslayo para no perdernos la necesidad del necesitado. Las pequeñas cosas a las que no damos importancia y la tienen, y nos hacen sentir porque hablo de amor y el necesitado muchas veces somos nosotros y no lo sabemos. Solo el amor importa.
Hoy no tengo claro si quiero llegar a algún lugar. Rumiaré las consecuencias de no saber, la amargura del rechazo tal vez. La huella del desamor es amarga. Gracias... (de nada).
Muy acertado...
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