Ayer en Valencia te vi más hermosa que siempre. Algo tiene tu mirada. Un hecho pudiera ser relevante, solo pudiera ser, no sé. Es tu cumpleaños y no estás cerca de mí. Te vi ayer. Ayer no es hoy. Te quiero, Kristel. Hoy te quiero y dicen que te tengo que querer más que ayer y no sé cómo. Es tu cumpleaños y te quiero más que mañana y más que ayer. Te quiero más que siempre: es lo que sé. Perdóname si no te quiero hoy menos que mañana. Te quiero para siempre y nada más. Eso. Lamento no ser capaz de coordinar las palabras, se amontonan en el teclado y mi viejo ordenador no las coordina. Le rogaría a Dios, pero estos malos tiempos nos han hecho ateos a los tres. Te quiero, mi niña. La niña de mis ojos.
Un día como hoy, hace algunos años, la alegría desbordó el silencio. Nunca más el silencio volvió a ser el mismo. El silencio, desde tu nacimiento, me pide permiso para aparecer: lo tienes sometido. Solo se atreve si tú no estás, y, aún con esas, no se fía porque apareces de la nada. Eres un milagro de la vida para creer. Cuando me siento triste por un suceso incomprensible para mí, una tragedia, aquella mala mirada, otra ausencia, lo que sea; yo mismo, por mi capacidad innata para la autodestrucción, pienso en ti. Solo pienso en ti. Kristel. Solo tú me sacas de las mayores desavenencias. Tú, mi vida. Tú, mi fe.
Hoy será un día feliz para mí a pesar de no estar al alcance de tus besos. No soy un ser afortunado por haber descubierto la santa poesía en un descuido lamentable de mi vida, lo soy por ti: tú eres vida mía. Sin ti no hay santa poesía. Eres mi devoción, la llave que me permite tranquilizarme cuando algo agita mi mente sin control. Eres una parte inalienable de mí. Mi don de acierto. Kristel. Que seas muy feliz en tu día. Te quiero. Pero no más que ayer ni menos que mañana. Perdóname. Feliz cumpleaños.
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