sábado, 4 de junio de 2016

La alegría en la casa del pobre.

Mi esposa y el correfur.

Lo de mi esposa y el correfur es una necesidad obsesiva, siempre con la nevera vacía o qué cabeza la mía se me olvidó una cosa tenemos que volver. Ayer fue un día de tenemos que volver. Lo bueno que mi esposa compró yogures con fibra que cuestan un dineral aunque valen lo que cuestan: si no tomo uno al día no cago (cago, del verbo cagar, según la lengua de Cervantes. Suena cursi, pero no encontré un anglicismo que oliera bien).

Un enamorado agradecido.

En agradecimiento, y ya en casa, le robé a mi esposa un beso por los yogures y qué sorpresa cuando, picando ajos, se revolvió de mala manera diciendo: "mira que tengo un cuchillo en la mano, eso no se lo consiento a cualquiera". Confieso que me acobardé. Las cosas van de mal a peor incluido el amor.

De vuelta al correfur.

En otro tiempo y en un lugar de culto a la igualdad, de cuando en vez organizábamos manifestaciones iracundas en justa protesta por ser víctimas dolientes del dictador. Aún me duele la espalda, ay. No es un tango tristón, tampoco lo es que al entrar en el correfur un señor con buena presencia rondando los 45 años se acercó y nos pidió ayuda para dar de comer a su familia. Cierto que igual no, pero le creí. Mi esposa le dio un dinero mientras yo me acercaba a por el carro de la compra. Y justo saliendo, con la cabeza desbaratada por mi esposa y el correfur, el mismo señor se acercó para lo mismo: una ayuda. Le dije que era el esposo de mi esposa, y al reconocerme enrojeció su rostro pidiéndome disculpas. Yo, como Rajoy: hasta aquí hemos llegado, señor Sánchez. Le pedí dinero a mi esposa para devolverle una sonrisa al rubor. A pesar de saber que poco vale una sonrisa mientras llore el alma. Quizá vuelva a reír, ojalá, pero es muy doloroso y lento volver a reír después de haber llorado tanto. Aquel señor no quería una limosna sino un puesto de trabajo para alimentar a su familia... La clase dirigente de este país con su apetito desordenado de placeres deshonestos no está legitimada de facto para ser determinante en el sinvivir que sufre la ciudadanía. En la casa del pobre, además de la alegría que dura poco, se siguen pagando los platos rotos. Y en eso anda uno metido un sábado de fieles los difuntos. Con el perdón.

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