Un viernes de fiar traigo a de soslayo una promesa, la visita que ayer hice a Valencia, por cierto, nada ha cambiado en Valencia. Es una ciudad hermosa, pero nada comparable a la niña de mis ojos. Nada. ¿Qué tendrá la ciudad de Valencia además de su hermosura, qué irresistible influencia sobre Kristel?
La sonrisa de Kristel me inyecta vida en vena. Permanentemente la llevo en mi corazón. Celos: cuando escribo a Kristel, menos Ian que prudente no opina, todas dicen que lo nuestro incluye un pasteleo que empalaga. ¿Qué pasteleo? Me ruborizo cuando la miro: Kristel es un retablo de amores. Qué saben las lenguas de doble filo. Un padre se ruboriza ante la belleza de su hija. A nadie interesa nuestro amor de puro pasteleo por más que empalague, si es que empalaga. Es nuestro amor.
Dice que me debe la vida. Deseé que viviera con toda la pasión del mundo, pero en realidad si alguien debe la vida soy yo a ella. Kristel me mima, me consiente, me llama a diario para hacerme conocedor de sus cosas y llevar al día mis intermitentes achaques de salud. La ternura entrañable con la que me trata, lejos de estar ausente anida en mí, y me inspira cada mañana a escribir el día con su nombre.
Kristel de pequeña tuvo las cosas claras, y las sigue teniendo. Es una gran profesional de la trapería: lo dice su padre, pero también lo dicen sus jefes y subordinados. Mi niña pasó a mujer sin dejar de ser un cielo de niña. Una niña que me hace pensar que si la comiera a besos no me empachaba. Me temo. Sin Kristel soy apenas y asumo las consecuencias que hubiere... Queda hecha la advertencia. Le escribo a Kristel agradecido por sembrar de amor mi camino. Te quiero, mi niña. A Kristel, por decir.
Te quiero más!!
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