Era joven, trabajadora de éxito y madre sin esposo. La enfermedad la privó en los mejores años de su vida del primer y único amor. Entonces le pidió cobijo al trabajo y al tiempo paciencia para educar a su hijo, y negó otro único amor porque había muerto. Solo existe un amor en la tierra y un Dios en el cielo. Hasta que un aciago día su hijo no la necesitó y el trabajo se cansó de cobijarla y el compañerismo no le aportó. Entonces la naturaleza humana prendió en ella la necesidad de indagar si hay vida más allá del dolor de alma y la enfermedad. Así se convirtió en peregrina de la noche en el umbral de su muerte. Porque la vida sigue a pesar de los pesares, pasó el tiempo y en una conversación le preguntaron si en su memoria aún residía el amor. A veces se adquieren deudas de amor imposibles de pagar. Dicen que quien debe y no paga no debe nada. Duele el amor equivocado. Luego me enteré que su mente sufrió un desorden de verdades y mentiras indescifrables. La psiquiatría la da por perdida. Sin embargo, hay quien asegura haberla visto en la noche desvelada deambulando por el parque completamente ida.
El recuerdo que tengo de ella más reciente se la ve sentada en la mesa de un bar mirando de soslayo a las estrellas. Miraba sin mirar o sin intención de ver. Imagino que intentaba poner a salvo su intimidad. Nunca fue capaz de acallar sus ojos chivatos. Su risa siempre fue alegría pero de sus ojos la mirada ya nunca fue la misma desde que un día confesaron una verdad. Muerto Eugenio, nos queda la sabiduría del pueblo: "Los ojos son el espejo del alma".
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