El secretario general de las Naciones Unidas (ONU) Ban Ki-moon el lunes en Asamblea Parlamentaria: "No he dejado a Haití fuera de mi agenda".
La miseria, la inestabilidad y la nostalgia de entrada libre en Haití. Y la culpa sin culpables; que alguien ponga los cargos: todos somos culpables.
Sin darle muchas vueltas al tema, uno puede llegar a pensar que esto ("esto" es sinónimo del terremoto de magnitud 7,3 en la escala de Richter que sacudió los cimientos de Haití el 12 de enero de 2.010), es un descuido de Dios y María, pero no: Haití ya era el pueblo más pobre del continente americano.
Los países más ricos del mundo en actos humanitarios con fines lucrativos, para aliviar los efectos del terremoto (y su conciencia), comprometieron ayudas humanitarias en Haití y siguen sin llegar. A día de hoy, cientos de miles de personas permanecen sin hogar en Haití y el cólera representa una amenaza para la población. Los servicios sociales elementales son limitados y el 50% de las personas padecen inseguridad ciudadana y alimentaria. Y los niños primero, no me canso, los niños. Según estimaciones de la ONU, de los 4.600 millones de dólares comprometidos por los países donantes en 2.010 y 2.011, solo se han entregado el 43%. En adelante no hay datos oficiales. Tal vez porque no existen.
Cientos de organizaciones con nombres de tres o cuatro letras mayúsculas llegan a acuerdos para ir a la guerra y solo unas pocas organizaciones consiguen ayudas humanitarias. Nada hemos aprendido, y mientras, el pueblo haitiano sigue llenando la boca a los poderosos. La solidaridad no es rentable. Mal negocio entonces para los lideres mundiales versados en economía... Haití, ay Haití. "Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido demasiadas. Bob Dylan.
Muy acertado...
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