... y para mayor desgracia, he contagiado a mi esposa con lo no salir de casa y lava la ropa en la lavadora, no va al lavadero municipal (¡óigame, usted, mis obligaciones en casa son de gran importancia: la tengo como los chorros del oro, a mí no me venga con milongas machistas que no cuelan!. Que sea por las buenas o por las malas lo discutiremos otro día si se dan las circunstancias y el asunto llega al caso y no tiene por qué) y me entero de los chismes por las redes sociales convertidas en actores fundamentales de la vida pública, el coliseo romano donde se enfrentan las opiniones, las verdades y sobre todo las mentiras, los excesos y las exageraciones, los bulos y los discursos, en fin, la novelística de cada quien. Mal, muy mal, anda una sociedad donde la verdad ha dejado de tener importancia, donde puedes mentir, hacer daño, sabiendo que la verdad no te va a desmentir (tú lee entrelíneas y aparecerá tu nombre: me hiciste daño, tu Señor Dios sabe cuánto y si es juez, aunque sea de parte, tal vez te lo haga pagar a su manera). La verdad y la mentira van de la mano y solo la posverdad de las redes tiene interés. Las redes sociales han vencido a la realidad de los hechos y su evidencia ha transformado la percepción de la existencia que tiene la ciudadanía. La politiquería de los politicastros hace difícil llegar a pactos, de quererse ni hablo. Y los insultos no ayudan. (Tenemos que obligar a la verdad que responda a nuestros sueños: yo quiero seguir soñando). Gracias.
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