Ayer ocurrió una cosa muy rara: me olvidé del mundo y el mundo se olvidó de mí. Ayer me volví a ir. En realidad no es nada raro, es habitual para mí irme sin haberme ido y regresar o despertar, es decir, no me moví del sofá, como me consta que le ocurre a mucha gente, la mayoría desconocida para la neurología, a la que, cuando me atrevo a salir de casa les pregunto y me dicen que no saben. Si los enfermos mentales estamos escasos de psiquiatras los enfermos neurológicos lo estamos de neurólogos. Nosotros sabemos que no sanan, que nos mantienen con pastillitas de colores, pero no es poco. Estos tiempos no son diferentes a otros en demasiados sentidos. El riesgo de no tratar una enfermedad mental o neurológica a tiempo es mortal. Nos trían al nacer, no sé si me explico, o no quiero explicarme porque tengo un plan. Así se lo dije a la dama que no me deja ir y quiso dar en loco (probe, es muy joven y acabaría con su futuro laboral). Ella no lo sabe, pero yo siempre tengo un plan. Cómo no tenerlo si vivo la edad de la sabiduría, la autoestima y los consejos. A esta edad lo único que no sabemos es el día y la hora. (La facultad de medicina espera mi llamada... No, y no es no, no seré una carga para la familia). Gracias.
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