miércoles, 28 de septiembre de 2016

Respeto a la colindancia.

"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Corintios 15:55.

La pereza.

Conviene destacar que los asuntos a tratar aunque se judicialicen esconden, o pueden tener su origen en un sentimiento de amor sincero. Hablo de amor por el terruño (claro), pero también pudiera ser una obligación por la defensa de los derechos fundamentales. El amor inalienable a la familia. Judicializar un asunto, después de agotar todas las opciones; y aún excusa ausencia. Hay que sacudirse la pereza.

La difamación.

Traigo a de soslayo el bla, bla, bla y bla, con mala saña que se ejerce en la cotidiana convivencia con el agravante de la ignorancia que prejuzga. Qué desvergüenza. Ese discursivo vehemente cree que todos somos iguales ante Dios pero no ante ley y la justicia. Mientras el que escribe los amaneceres deletree mi nombre me someto a la ley y la justicia: mi fe está comprometida con el amor y la santa poesía.

La soberbia.

El pecado que incurre en omisión del deber y las promesas de amor que se echan a andar y se pierden por el camino impiden volver a empezar. A veces es decisión harto complicada luchar por los derechos fundamentales. La dignidad pisoteada. La familia, no me canso. La familia. No queda más remedio que echarle bemoles al asunto. A la pereza, a la difamación, al deseo fervoroso incapaz de ser dueño sí. No al genocidio civil y no al apartheid mental. Nadie está obligado a lo imposible pero sí a ser respetuoso con su colindancia. (No soporto a las plañideras con aroma a café rancio). Gracias... (de nada).

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