Al inicio de un nuevo año me permito hacer balance del anterior procurando recordar de manera positiva lo ocurrido y cerrar el año congraciado con nuevos amaneceres. Apenas despierto y ya siento volar mi ánimo por el camino de la revolución con nuevos propósitos que nunca me preocupo de cumplir, aunque algunos ya son un auténtico clásico de la obstinación de Año Nuevo. Pienso que tengo que dejarme de pamplinas y hacer algo bueno por los demás. Pues entonces solo hay un camino: presentarme a las próximas elecciones, ganarlas y otro más a vivir del cuento. (-¿Tú en política? -Vaya, amaneció, sí, quiero hacer algo bueno por la gente. Además, ahora que asomas, si entro en política podrías recobrar la salud mental. Sí, no, qué va: seguirías sin aguantarme la mirada. Tú, desde el poder que te dieron las urnas y en la sombra, y tu sicario intimidando a una mujer... Don Quijote nos enseñó a mirar a las mujeres con los ojos de alma). Ay, me sobran años para desde el púlpito tocar, siquiera, lo que defendí toda mi vida: la ética en la función pública. Joder, dona, con la luz del alba me doy cuenta de que he sucumbido a una desmedida autoestima. En medio de este frío e irónico invierno pienso que no sé. En fin, mañana aún será 2024 y tendré que volver a la rutina de un de soslayo lunático con múltiples identidades. (¿Para cuándo la alegría del cuerpo, Señor Padre? El 2025 que me espera lo imagino lleno del espíritu de Dios con el sacrificio que aporta). Gracias.
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