Y ahora quién le cuenta a sus deudos que Emilio le jodió el récord a Jesús el Cristo... Al segundo día resucitó. Dicen que lo vieron preguntar a la máxima autoridad municipal por quién habían doblado las campanas el martes. La autoridad, de verbo sosegado y formas suaves, aunque devoto de la política más rastrera, dijo que acababa de llegar y que iba a lo suyo (que lo mío y lo del resto de la vecindad le importaba un carajo. En la aflicción, los amigos y en la enemistad, la muerte). Y el Emilio más irónico sonrió: quien lo trata sabe que no pregunta sin conocer la respuesta. No piensa enojar a nadie, al menos hasta que nadie baje del árbol. De quién le jodió el récord a Jesús el Cristo se hablará mucho en los chigres. Emilio no se dejaba ver demasiado, dedicaba sus horas a su impagable soledad. Emilio era hijo de un sueño y sí, era y es un hombre bueno, y a pesar de su innegable capacidad para la autodestrucción, no tuvo intención de morir, o si la tuvo fue porque sabía que iba a resucitar. Emilio vuelve a escribir el día en de soslayo como un quijote sin mancha. Irrealidad virtual. Fantasmagórico y real. Santa Poesía. (Esa muerte que lo liberó de la santurronería y la doblez de algunos y lo devolvió a la vida por amor). Gracias.
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