sábado, 6 de febrero de 2016

Despabilar la modorra.

La comida sabe a enfermedad en un hospital, y el café de pena. Mi esposa pidió un sándwich, yo agua mineral y nada de comer. Nos sentamos en una mesa alejada de la barra para hacer tiempo. Ayer me tocaba enchufar los cables. Los hospitales son todos iguales. Y los médicos se entretienen y llegan tarde a la cita. Con lo ocupado que estaba, ay, ni la prensa. Acabaré aceptando el cargo de director gerente ahora que en Valencia faltan celdas en las cárceles para tanto corrupto. Se iban a enterar: otro gallo cantaría. La ciudad más hermosa, Valencia, y qué vergüenza sus políticos. "¡Rita, te quiero!". Hemos tocado fondo.

El jueves saqué a pasear el resfriado de Ian y hoy los cables a los que de cuando en vez me enchufan. No impacientes, amor. No me impaciento, pero el electricista no fue puntual. Amenazan con la puntualidad pero llega la hora de comer y lo primero es lo primero. El enfado monumental, de otra manera bien, no se prendieron las alarmas. Muchas gracias.

Insatisfacciones, incertidumbres, y vuelta a empezar. Me gustaría saber la manera que tienen algunos para manipular o seducir la realidad y superarla. O conquistarla sin aceptar venganza. Uno casi vencido a veces pero nunca derrotado. Ni cantar miserias. Ni desechar la posibilidad cierta que todos y todas estamos expuestos al dolor y la enfermedad. La pobreza del alma. Hay que vivir con la incertidumbre. El amor exclusivo de corazones heridos que duermen el silencio cálido y genuino en la sala de espera de un hospital. Duele ir de buena mañana al hospital y esperar turno y ver como ves que el maligno no se detiene. Hay que aprovechar el tiempo con fines amorosos. Y comer en el hospital no que la comida sabe a enfermedad. Solo agua mineral. Despabilar la modorra.

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