lunes, 4 de febrero de 2019

Tú hablarás y yo escucharé. (Y tres y se acabó).

Ayer, en misa: ¡sorpresa!, la amiga ida en el confesionario: "Oye tú, tenemos que hablar", me dijo. "Tú hablas y yo escucho", le dije. (Esta mujer dio en loco, dejó al cura con la palabra en la boca y se abalanzó sobre mí como una poseída. Ya lo decía yo que daría en loco). Y como tenía que hablar me invitó a pasear ("a escondidas", como el bolero) por la playa de Cullera donde casualmente se encontró con un amigo dedicado a la política que predicaba con los hechos y no con la palabra. Y mi amiga ida educadamente nos presentó: "mucho gusto en conocerte", me dijo. Y yo no iba a ser menos: "lo mismo digo, ojalá y si nos volvemos a ver no sea de visita en la cárcel de Picassent". (Si lo decía una amiga nunca ida: "tú, siempre haciendo amigos..."). Luego del paseo, nos sentamos a tomar café en una terraza y entramos en amena conversación. Parecía buena gente... Pero como de noche todos los gatos son pardos y yo de desconfiado no salgo, en un descuido lo toqué, y sí, era de carne y no olía a muerto. Crean o no en los milagros, ayer domingo mi amiga ida me presentó un político honrado. Y estaba vivo. Juro que había perdido la esperanza en la clase política. Me cayó bien, eso sí, la mano en el fuego por él no la pongo, y desde ayer tampoco por mi amiga ida... No espero ni deseo que me diga lo que me tiene que decir y no me dice. Gracias.

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