Mientras Patricia lleva a Ian a la guardería yo regreso con Enol a casa y la espero para almorzar. Y que gracia ayer, en el mismo trecho de vuelta, un vecino me llamó por mi nombre (¡milagro!, he resucitado. Gracias, Calea) y me dijo:
-Caramba, ¿saliste de casa?
-Sí, pero solo hoy y por decreto de urgencia.
-Ya, hasta que vuelva a llover, como los caracoles.
Lo tengo escrito por ahí: de mi esposa la vecindad cree que está viuda o soltera. En el pueblo de Patricia si no estás vivo estás muerto. Salir a la calle me mata y eso no puede ser bueno. Calea me anima, es buena gente, a pesar de saber que Eugenio y dona han muerto y no tienen recambio. Para mí salir a la calle, ay, solo por pensar en ello siento ahogo, dolor en el pecho, sudores fríos y más experiencias negativas. Me gustaría que la dama que no me deja ir me diera la oportunidad de explicárselo pero ella va a lo suyo y lo mío... Lo suyo es la vida más triste vivida por nadie. Y lo mío no es mucho mejor, me salva que escribo el día que me gusta y lo vivo sin pasión de ánimo, pero no niego que daría lo que no tengo porque el indeseable que habita en mi cabeza me dejara vivir mi vida sin sabotearla. Gracias.
Bien visto ...
ResponderEliminar