No puedo entregarme a una mujer muerta: si en vida no me amó... Duele el alma, he de levantar cabeza. Apelo a la María que siempre me acompaña para salir de este retablo de duelos que me está matando. Apelo a la santa poesía.
"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente". (François Mauriae).
Éramos tan iguales como cambiantes. Respirábamos los ideales que brotan del pueblo. Cada cual con sus principios sin abandonar nuestra identidad, experiencias con códigos de valores comprometidos con el pueblo. "El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". (Abraham Lincoln). Ay, la inmunidad tiene sus límites... Me faltan las palabras y me sobran los ejemplos. En los años altos no servimos sino para dar consejos y valen muy poco en los tiempos que corremos. Lástima no haberla conocido antes: hubiéramos traspasado los límites de la experiencia. Ahora, muerta, el reconocimiento divino es cosa de la ciencia y no de la fe. Pero qué digo, daré en loco si no la entierro de una vez por siempre, no puedo seguir escribiendo la historia de su vida por entregas. Mi mente absurda la imagina junto Adán en vez de Eva en Les Seniaes comiendo una naranja y no una manzana pero pecando de la misma manera. En tiempos de Jesús el Cristo, y es totalmente cierto, cuando el humano ser tenía una controversia aparecía Moisés, deshacedor de entuertos, y caso cerrado. Sin embargo, ahora, por cualquier controversia tenemos que morir y no resucitar jamás. Ayer, enterraba a una mujer, peregrina sin amor, y hoy... (y te salvas... y me salvas...) No sé qué pensar. Gracias.
Interesante ...
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