sábado, 15 de julio de 2017

Ni Sigmund Freud.

No soy de mucho echar la vista atrás pero a veces conviene porque la palabra es la condena de los embaucadores, de los manipuladores y de los que alucinan en colores. Viene el comentario al caso porque hay personas que cantan miserias y llegan al alma de la gente que más quieren buscando amparo... Todos pasamos malos tragos, pero como son nuestros y no de otros, débenos ser nosotros los que traguemos los malos tragos sin atragantarnos. No niego un desahogo llegado el caso con quien más nos quiere, pero filtrando el trago de cosa sólida para que no sufra.

Una amiga ida, no sería digna de mención si no se hubiera ido, llega a casa cantando la misma miseria un día y otro y otro ¡qué horror!. Y quien más la quiere a fuerza de cantar la misma miseria la creyó sabiendo que miente más que un tango llorón. Ni siquiera es una miseria, es un descuido subsanable. Guste o no, conviene decir la verdad para no hacer daño a quien sufre llegado al alma el descuido disfrazado de miseria. ¿Se comprende? Me cuesta creer que se comprenda. Porque ella es de arreglar las cosas como las arregla Rajoy, por aburrimiento.

El caso es que irremediablemente el tiempo pasa y la miseria dejó de ser miseria y se convirtió en el afecto que fue, y a punto de volver al amor de dos, porque la vida da muchas vueltas, la miseria se convirtió en castigo de convivencia: ¿Alguien comprende que dos personas se tengan que ver a escondidas para amarse? No hablo de salir del armario, hablo de dos amigas que se quieren y eso es todo. Qué poca cabeza, no hay quien lo niegue, y qué poca vergüenza sabiendo que fue un lapsus, dejarlo ir para que solo se convirtiera en un derrame de sangre del corazón. El caso que ahora hay quien niega la palabra y no sabe por qué. Le mintieron descaradamente. Y mientras, la cantante afónica, el muerto en el cementerio y el cura esperando el responsorio. Un desliz verbal lo tiene cualquiera, entonces, cuando se tiene, conviene corregirlo cuanto antes para que no se convierte en mal enojo. El caso se desbocó como una esposa con un ataque de celos. Ni Sigmund Freud. Gracias.

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