Después de una vida esperándote, después de
acostumbrarme a esperarte, después y cuando ya creí que volverías, amor. ¿Qué puedo hacer para seguir
esperándote, cómo y de qué manera? ¿Y qué puedo hacer para que no
sufras?
De haber perdido una victoria, haber ganado una
derrota, de saber por qué te fuiste, amor. Después de
haber bebido las mieles de tu risa y tu mirada; esa voz en la distancia (el olvido no encuentra camino). Sabía que estabas ahí, allí, donde fuera, en un
rincón del universo pensando en mí tal vez. Yo sabía que volverías. Entre lo posible y lo imposible y las culpas y los miedos, ay, los miedos (ya no sé si te tengo o te sueño: te quiero, amor), está la esperanza.
Que no me falte la esperanza, que no, que no me falte, pero si no viene acompañada de tu
risa y tu mirada no la quiero.
Seguiré doblando esquinas por las calles,
deambulando sin saben si es la sombra la que va detrás o soy yo
quien la persigue. Sin saber si mis pasos me llevan en
procesión al encuentro del santo verdugo que cumplirá su mandato. El
santo verdugo no perdona, ejecuta su mandamiento, da muerte al reo. Otro
muerto al cementerio. Paz a sus restos.
Acostumbrado el santo verdugo a la inocencia, arrogante y presuntuoso. Acostumbrado el santo verdugo a no morir sino a matar, un día el azahar le dirá que pruebe su suerte y se dejará convencer y será él el muerto del cementerio. Un día el azahar ajará su vanidad. En cualquier caso será tarde para mí: Renuncio a perder por quinta vez.
Gracias.
Ciertamente ...
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