jueves, 13 de julio de 2017

¿Para qué estamos las vecinas?

A estas horas tenia que tener los recados hechos y ni salí de casa. No salí de casa ni tengo ganas de escribir que es peor. Que no haga los recados me sale caro (quizá mi esposa me maltrata y yo sin enterarme). Un hombre, digan lo que digan y quien lo diga, no debe hacer los recados. Pero las mujeres son las dueñas del gallinero. Suena de pena. Y mucho peor suena confesar que yo soy una de esas gallinas. De lo más humillante que hago barrer la acera desde que la vecina chismosa no me habla porque la amiga de la prima que vive en Vigo dijo que yo era un impresentable. Lo que diga la amiga de la prima vale más que las risas que nos echábamos barriendo la acera. Si después de años de cháchara inútil aún no me conoce no ha aprendido nada. ¿Cómo se puede creer a la amiga de la prima que vive en Vigo antes que a mí que siempre me tuvo a su lado para lo bueno y para lo malo. Nunca le faltó de nada? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar con un chisme sin contrastar? ¿Acaso cree que si necesita llamar a una puerta va a ir a Vigo? Probe. Llamará a mi puerta antes de lo que se imagina y con la cara de ir al cine los domingos la abriré y lo que necesite. Entonces sabrá quién es quién. ¿Para qué estamos las vecinas? Con lo que cuesta ganar la amistad de vecindad, la amistad, perderla por un bulo interesado... de risa. Si confiáramos en la honradez de las personas, si regaláramos alegría y no desaires, si impidiéramos a la permisividad tomar la delantera en nuestro quehacer nos iría mejor. Un enfoque diferente de las cosas tal vez nos enseñara el camino de la verdad. (Lamento ir a peor). Gracias.

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