domingo, 4 de diciembre de 2016

Hoy amaneció un día feliz.

Hoy amaneció un día feliz, más feliz que ayer. Y eso que ayer batió récord por los besos que me dieron. Solo uno me faltó, y es el que hoy voy a recibir. ¿Un beso, pero qué digo? Mil besos nos daremos hoy, mi niña. Valen los besos a distancia cuando el teléfono es lo que hay. Y vale un te quiero a través de las ondas, vale porque emociona, ay. Pero no es lo mismo que un beso, y un abrazo, y un te quiero mirando a los ojos. Ni en de soslayo ahora que hice el curso acelerado de nuevas tecnologías para encender y apagar el ordenador que ordena y causa espanto.

Hoy iré a casa de Kristel y sus besos restallarán en Valencia como si fuera la Mascletà de las Fallas Patrimonio de la Humanidad. Que si lo son es por Kristel... Fallas Universales, quiero decir. ¿De qué sino? Valencia es más hermosa desde que Kristel vive en Valencia. Un domingo de ir a misa no me duelen prendas en decir que hoy Valencia es más y sucederá un milagro para creer de intenciones sinceras, de confidencias, de no perder detalle, de no abarcar más que su cuerpo de mujer. De mujer... De niña a mujer. Qué pronto se ha hecho mujer, qué pronto ha pasado todo...

No permitiré que la carretera me confunda y aparezca en Teruel si existe. Kristel me espera y siempre habrá un atajo para llegar y encontrarla entre sus mejores sueños. No me desviarán los coches que van y vienen, no descuidaré ni un minuto de mi tiempo en yo qué sé. Porque hablo de amor. Amor es llegar aún cuando el camino se hace estrecho. Amor es cuando desahuciado creo que sin ella no soy nada. Sin ella estoy convencido de que no soy nada. Nada de nada. Si Kristel no hubiera nacido la necesitaría para vivir y, desbaratado, no sabría por dónde empezar a buscarla.

Gracias mi niña, Kristel, por nacer y ser mi hija. Por ser como eres, lo que ven mis ojos: un cielo de mujer. Te quiero.

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