Una vez más la evidencia nos defrauda, una vez más, ingenuos, creemos que llueve y no llueve. En este país hace mucho que no llueve. Pero no todos se dan cuenta. Son tiempos de difíciles para la convivencia. Y así no vamos a ninguna parte. A pesar que está claramente definido el camino, lo que tenemos que ser y hacer, para ser una sociedad civil honorable. Lo de la vuelta al colegio de ayer ha sido un escándalo que solo Dios lo aguantaría en su calvario. Ni autobuses: padres con sus hijos caminando por senderos de ganado para ir al colegio. Sin acompañante otros. Sin becas ni comedores. Escuelas apuntaladas por obras, tal cual las dejaron el pasado año. Un 25% más de alumnos y un 20% menos de profesores. Niños hacinados en su aula sin profesor al estar éste de baja laboral. Ser profesor en este país es vocacional, ya lo era, pero ahora más, y peor pagado. Ayer, viendo informativos en la televisión, me sentí de vuelta al pasado: cuarenta, cincuenta niños por aula, Franco, padre nuestro y cara al sol. Y mientras, la clase dirigente que nos gobierna, admirados por sus palmeros, andan de chulerías preparando las próximas elecciones gallegas y vascas. Y Rajoy pensativo deshojando la margarita del rescate suave. Y ¡qué estupendo! que tengamos una oposición respetuosa con sus maneras, con sus ideales: gobierno o infierno. Alto precio estamos pagando por esta crisis de elevadas fortunas en paraísos fiscales, de casinos, de parques temáticos, de vuelta a empezar con la especulación. No sabemos si saldremos de ésta y sentamos las bases para otra atrocidad parecida. Qué alto precio se paga por el olvido. Estúpidos políticos que no saben ni se quieren enterar lo que sufre un pueblo hace tiempo soberano. Ni con disimulo piden perdón. ¿Adónde ha ido a parar el respeto ciudadano? Recortes y más recortes. Paro y más paro. ¿Y ahora cómo explicamos a nuestros hijos que la mayor desgracia de este mundo es la de ser pobres sin esperanza? Un país echado a perder por fariseos y sofistas paga un alto precio por sus derroches e impunidades. Ay, dona, si vivieras, ahora sí que entendería tu enfermedad, tu estremecimiento y mi llorar de impotencia. Que, cautivados mis sentidos, no me de por buscar empatía ciudadana donde solo hay orfandad.
Un día aprenderemos a valorar lo importante de la familia y la mistad. El trabajo. La educación. La complicidad ciudadana. Al Eugenio sabio de cada pueblo. A la Carmen bella de cada cual
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