Personalmente, para escribir busco entre esas pequeñas cosas que tiene la vida cotidiana, en cartas al director, en chismes de aquí y allá, patrañas de la vecina chismosa, líos, disputas vecinales, o entre mis propias fantasías que de cuando en vez aparecen vestidas de lagarteranas tal si fueran de invitadas a una fiesta de disfraces, cualquier cosa me vale, el asunto es escribir.
Y escribir algo interesante, o simplemente entretenido sin ninguna pretensión. Porque escribir con la posibilidad de contar algo con talento es privilegio de muy pocos. Por otra parte, eso de escribir con talento me tiene intrigado: ¿Qué será eso del talento? Pienso en escritores de renombre y digo que quién es capaz de mantener el interés de un lector inteligente tuvo que haber hecho un pacto con el diablo o tocado de cerca por la muerte. Porque la prueba de sabiduría perfecta y equilibrada que demuestran los escritos con talento es un verdadero compendio de genialidades, y eso es propio de gente muy especial que sabe más de lo que una vida enseña: estoy seguro. Como también lo estoy que en las facultades de periodismo enseñan, pero no a escribir con palabras únicas a fin de arrancar una maravillosa sonrisa (de soslayo), y otros alivios donde solo había olvido. Porque, a más carne más gusanos; a más riqueza más soberbia; a más doncellas más lujuria; a más política más oprobio; a más literatura más libertad; a más estudio más sabiduría; a más santa poesía más amor; a más talento... ay, dona, a más talento más genialidad, más armonía, más vida.
Esta sociedad necesita urgente muchas maravillosas sonrisas y todo lo demás que llena los corazones y enriquecen al humano ser, y es que sobran escritores vulgares y escasean escritores de talento.
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