Se quiera o no, lo diga Iker Jiménez o no, un día llegará el fin del mundo y esto dejará de funcionar. La vida, quiero decir. La pregunta es si llegará antes de que acabe la crisis. Porque eso importa. Que igual estamos sufriendo la intemerata sin venir a cuento. El asunto es ese. Si me dieran a elegir, elegiría que llegue el fin del mundo antes de que acabe la crisis. Porque llegado el día, todo será más fácil, y será una muerte digna. Ahora, y dándole un poco a la chocolatera, si nos revisáramos por dentro, nos daríamos cuenta de las cosas hicimos mal. Y no digo que vayamos pidiendo perdón a todos aquellos y aquellas que les hayamos hecho daño, simplemente es para morir sin remordimientos. Lamentablemente, no sabemos cuando llegará ese inhóspito día, cuando dejaremos de ser y estar en este mundo de lágrimas, ay. Lo que sabemos es que podemos estar seguros de que todo dejará de funcionar. Ese día llegará cuando menos lo esperemos. Y llegará como un huésped inesperado.
Me cuenta mi amigo Eugenio que, "a un niño en el parque le quitaron su juguete preferido porque acabaría por romperlo: eso un acto canallesco". Entonces él mismo se le dijo al padre, porque fue su padre el que se lo dijo, "jodido, deja al niño que juegue, que las cosas materiales ni se quieren ni se aman, se usan hasta que se rompen. Y si se rompen se rompen". A Eugenio, mi viejo y sabio amigo, lo llevo presente para darle sentido a muchas cosas en la vida: "Lo bueno se daña, lo nuevo se pone viejo, y lo viejo se acaba. Todo tiene su fin". Muchos creen que la prosperidad, la juventud, la salud, las amigas, ay, las amigas, son para toda la vida, pero esta creencia es falsa, pues, "todo pasa y nada queda", que dijo el poeta Machado, don Antonio. No deberíamos clavar en la vida posturas erradas y vivir insolidarios. Vivimos más cuando no solo nos desprendemos de lo superfluo, sino cuando compartimos las cosas que nos importan, es decir, sabiendo que no somos dueños de nada, ni siquiera de la vida que es la suma de todos los bienes y de todos los males. Hay gente que vive la vida encadenada a una fe religiosa o un pensar obsoleto; a esa gente yo l diría que más le convendría soltar esa vida, ese vivir al margen de la realidad. En mi vida de ahora, que es una vida de verdades a mi manera, me veo en la obligación de decir a quien vive amarrado a su pasado: ¡suelta esa vida estúpido!. Y la mejor manera de soltarla es entregándosela a quien puede hacerte crecer. Habrá dolor, pero serán más lo beneficios que los perjuicios. Porque de esa manera vendrá la apertura de los sentimientos y con ellos habrá nuevas ilusiones y otras esperanzas. Y cuando llegue el fin del mundo, estaremos preparados para un final más humano. Porque aún estaremos en crisis, y si María, la Magdalena, no lo remedia, seguirá Rajoy con sus recortes y sus maneras de decir sin decir, sin saber qué hacer con este país de solares por construir. Por eso elegiría el fin del mundo antes de que acabe la crisis. Pero, ¿y qué carajo le habrá visto esta ciudadanía de dejarse llevar para votarle? Yo no lo voté, aunque no negaré que lo botaría. Y ahora, antes del mediodía.
Me cuenta mi amigo Eugenio que, "a un niño en el parque le quitaron su juguete preferido porque acabaría por romperlo: eso un acto canallesco". Entonces él mismo se le dijo al padre, porque fue su padre el que se lo dijo, "jodido, deja al niño que juegue, que las cosas materiales ni se quieren ni se aman, se usan hasta que se rompen. Y si se rompen se rompen". A Eugenio, mi viejo y sabio amigo, lo llevo presente para darle sentido a muchas cosas en la vida: "Lo bueno se daña, lo nuevo se pone viejo, y lo viejo se acaba. Todo tiene su fin". Muchos creen que la prosperidad, la juventud, la salud, las amigas, ay, las amigas, son para toda la vida, pero esta creencia es falsa, pues, "todo pasa y nada queda", que dijo el poeta Machado, don Antonio. No deberíamos clavar en la vida posturas erradas y vivir insolidarios. Vivimos más cuando no solo nos desprendemos de lo superfluo, sino cuando compartimos las cosas que nos importan, es decir, sabiendo que no somos dueños de nada, ni siquiera de la vida que es la suma de todos los bienes y de todos los males. Hay gente que vive la vida encadenada a una fe religiosa o un pensar obsoleto; a esa gente yo l diría que más le convendría soltar esa vida, ese vivir al margen de la realidad. En mi vida de ahora, que es una vida de verdades a mi manera, me veo en la obligación de decir a quien vive amarrado a su pasado: ¡suelta esa vida estúpido!. Y la mejor manera de soltarla es entregándosela a quien puede hacerte crecer. Habrá dolor, pero serán más lo beneficios que los perjuicios. Porque de esa manera vendrá la apertura de los sentimientos y con ellos habrá nuevas ilusiones y otras esperanzas. Y cuando llegue el fin del mundo, estaremos preparados para un final más humano. Porque aún estaremos en crisis, y si María, la Magdalena, no lo remedia, seguirá Rajoy con sus recortes y sus maneras de decir sin decir, sin saber qué hacer con este país de solares por construir. Por eso elegiría el fin del mundo antes de que acabe la crisis. Pero, ¿y qué carajo le habrá visto esta ciudadanía de dejarse llevar para votarle? Yo no lo voté, aunque no negaré que lo botaría. Y ahora, antes del mediodía.
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