Todos en la tierra tenemos un tiempo para granar, una estación para florecer y un momento para madurar. (¡Cuidado con el momento que el fruto puede madurar y en un descuido perder la ocasión de llevarse bien o quedarse en un poema etéreo!). La madurez es el estado ideal para mostrar la belleza del fruto. Que podía ser una segunda oportunidad en la juventud de la experiencia. La esperanza desata el potencial de una semilla y la extrae desde lo imperceptible hacia el asombro. Nunca es tarde para asombrar desde los años altos si no te precipitaste y supiste esperar el momento oportuno que siempre, siempre, y digo siempre si tiene a bien aparecer en el momento que menos se le espera (santa poesía) y pone atención. La distancia que se alarga mientras caminamos sin esfuerzo debiera dar qué pensar. O esa otra distancia que se alarga en el tiempo de nuestro mayor esfuerzo y el declarado como necesario para avisar de que hasta aquí hemos llegado. (La vida es intrincada). Nuestras capacidades se pueden agrietar y nuestras energías irremediablemente colapsar. Puede ser un intervalo de cruel espera y agónica ansiedad que impide asimilar una realidad que sabotea el secreto peor guardado mientras se saca a la luz la falaz intención. (Aquí no valen medias tintas, hay que gastar sin sentirse culpable lo que quizá no puedas pagar). Gracias.
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