Al inicio de un nuevo año me permito hacer balance del anterior procurando recordar de manera positiva lo ocurrido y cerrar el año animado con los nuevos amaneceres. Apenas despierto y ya siento volar mi ánimo por el camino de la revolución con nuevos propósitos que nunca me preocupo de cumplir, aunque algunos ya son un auténtico clásico de la obstinación de Año Nuevo. Pienso que tengo que dejarme de pamplinas y hacer algo bueno por los demás. Pues entonces solo hay un camino: presentarme a las próximas elecciones, ganarlas y otro más a vivir del cuento. -¿Tú en política? -Vaya, sí, quiero hacer algo bueno por la gente. Ahora que asomas: si entro en política y a tu lado, recobrarías la esperanza y me aguantarías la mirada. -¿En serio? -No, ni en sueños, la mirada no me la aguantarás: ese será tu castigo. Desde el poder que te dieron las urnas, y tu sicario, maltratando a una trabajadora... ¡Miserable!. Don Quijote nos enseñó a mirar a la mujer con los ojos del alma. Me sobran años para acariciar desde el púlpito lo que defendí en mi vida: la ética en la función pública. Joder, dona, con el alba me doy cuenta de que sucumbí a la autoestima. En este lluvioso y frío e irónico invierno pienso que tal vez. En breve entrará 2026 y volveré a escribir el día en un de soslayo paranoico con múltiples identidades. (Y puestos: ¿Señor Dios, para cuándo la sanación de la mente? El 2026 que me espera lo imagino pleno del Espíritu Santo con el sacrificio que conlleva). Gracias.
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