Esta noche se me apareció María, la Magdalena, (vestía tejanos, blusa floreada, rebeca negra, alpargatas de esparto y un libro) y me dijo: "Te estás yendo. Eres uno de mis favoritos, si metes la pata de atrás evito las consecuencias, pero te diré algo: soy partidaria de un cambio profundo en tu vida. Profundo de estructura y comportamientos. Es necesario porque te estás yendo, y eso no lo puedo permitir". La María siempre se portó maravillosamente conmigo. De ahí que la creyera al decirme que me estaba yendo. Me lo había dicho sin fortuna la dama que no me deja ir (como tú, no fió). Reconozco alguna cosa al azahar pero no pasa por mi ánimo ni un atisbo de arrepentimiento por mis irreverencias, herejías, falsos testimonios. La María nunca me pidió que rezara Padrenuestros, Ave Marías, ni siquiera que entonara un mea culpa. Si por decir un día me dijo: "Que sepan los que viven a Dios rogando y con el mazo dando que no se me convence con dar puñetazos en el pecho". Yo a la María nunca la vi tan enfadada, ni sé qué carajo quiso decir. ¿Será la encargada de los rezos y arrepentimientos? Pero la cosa no quedó ahí: "Y quién quiera entrar en el Reino de los Cielos demostrará con hechos su sentimiento humano". (Ojalá María, la Magdalena, se me aparezca otra noche vestida más moderna y en verso explique acerca del amor y la santa poesía. Sin credibilidad, estoy harto de tantas decepciones).
María, la Magdalena,
a raudales,
inunda los corazones
que por tierra derraman su sangre.
De todos los amores los imposibles.
Santa la poesía.
María, la Magdalena,
me confiesa más allá del dolor de alma,
transforma mis ansias y no me impone penitencia,
me enseña otra vida sin dobleces ni otras miserias.
¿Qué sería de mí sin su poesía?
Bien !
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