Una manera infalible para vencer a nuestra colindancia es a insultos. Son personas que nos quieren y queremos, pero las circunstancias y algún descuido nos obligan a menospreciarlas. Nada justifica el pesprecio. Para vencer a nuestra colindancia mejor que los insultos es vencerse a uno mismo. Como seres humanos vamos a peor. Perdido el respeto, morir de éxito es lo siguiente.
Patricia me cuenta que no lleva que la miren por encima del hombro. Le digo que las apariencias engañan. Y por más que la miren por encima del hombro nunca la harán pequeña. "No hace daño quien quiere sino quien puede". Sabio el Calendario Zaragozano. Patricia vive tiempos difíciles, como la mayoría de los jóvenes en este país, solo que a veces las encuestas no le son favorables. No hablo de política, María, la Magdalena, lo sabe, hablo de lo mucho que cuesta llegar a fin de mes. A Patricia eso la desbarata. Estudió como tantos jóvenes de su edad para ser una más en la cola del paro. Una licenciatura y un máster no es garantía de trabajo. No estoy seguro que a fin de cuentas sea política de lo que hablo, porque si hay una culpa hay un culpable. Pero los políticos no son del todo culpables, tampoco España, son los votantes. Lo peor que nos podía pasar como sociedad nos pasó: padecemos crisis de confianza. Y de valores. Seguimos sufriendo el desprecio de los que trabajan y tampoco llegan a fin de mes. Incomprensible.
Un paso hacia el mediodía y dos hacia la media noche. Nos saben a viejo las utopías en defensa del amor y de la vida. Por más que Cupido lance flechas al aire nada será lo que era, ya nada. Como lo nuestro, amor.
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