lunes, 8 de agosto de 2016

Aquella promesa.

El humano ser acumula experiencias mientras la palabra se ciñe a la historia de los hechos. La palabra no es olvidadiza ni desagradecida. Y sin embargo, el humano ser transita por el camino que degrada la palabra sin percatarse que la palabra a poco que se enturbie se convierte en la voz de la conciencia. La conciencia que enjuicia la realidad consiente volver a la verdad. (La palabra es flexible, da para mucho, pero no para siempre). La palabra dada, aquella promesa que echamos a andar un día, amor, recuerda.

La palabra tiene un poder inconmensurable, su retórica vence y a veces convence. La palabra que se da no debe tener vuelta atrás. Ay de aquel que pone en duda la virtud de la palabra. Ay de aquel sofista, maestro de la palabra, que dibuja vende o cambia la palabra dada por una influencia, otra dialéctica, o la mudez como defensa para decisiones ya tomadas de antemano. Sería capaz de permitir el silencio a quien disponga de la palabra decidora si no supiera como sé que perdería la aclaratoria de mil dudas y una. No dejaré de practicar con la palabra la estrategia que desenmascara a los parlanchines de boca hacia fuera. El amor encubre errores porque es amor y en el amor nunca hay culpables, al contrario, la palabra no se deja. Y si no se deja no se deja.

Solo una pregunta, amor, ¿has sentido por un casual que una palabra te haya destrozado por dentro? Peregrina del amor, por el maleficio que has causado a sabiendas he decidido vivir en ti: soy la voz de la conciencia y ya no podrás arrancarme de tus adentros. Y me amarás con delirio.

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