sábado, 27 de mayo de 2017

Reconocimiento público (forzoso).

Uno se hace viejo. La RAE asegura que ser viejo es tener achaques, manías y otras actitudes propias de la edad de los viejos como repetir lo sabido. Con Arturo Pérez-Reverte en la Academia la redundancia manda, eso es lo sabido.

Me miro al espejo y me veo viejo sin dejar de tener ese atractivo que atrae. Y dale. Qué quieren que les diga, yo me siento estupendo por dentro y por fuera más... pero mis allegadas dicen que por fuera tengo la edad que aparento y por dentro soy muy espeso. Demasiado espeso. Y me prohíben ir a casa de Kristel y hablar, solo ver la televisión (y en un descuido miro de soslayo a la niña de mis ojos, ay, y la veo más hermosa que siempre). Prohibir suena a otra época, además, no es cierto, puedo ir a casa de Kristel, vigilar que Ian no rompa un plato y sí, hablar no. Se trata de estar y no ser. Indescriptible sensación la que siento, incomprensible el escenario que se me presenta.

Seguramente tienen razón, ellas son tres y yo uno y viejo que es menos. En adelante veré la patrulla canina con Ian y si dicen ven apago la televisión y vamos, Ian, que llegamos tarde. El lío que llevo dentro es de mucho cuidado porque sé más de lo que callo, pero es superior mi lealtad. Quien me conoce sabe que entre mis virtudes está la lealtad y si tengo que callar callo. Dije lealtad y tal vez la lealtad sea la única virtud que me queda, si en realidad la lealtad sigue teniendo que ver con la fidelidad, el amor y el agradecimiento, y no con el perpetuo silencio.

Dios quiera que acabe la crisis y volvamos a vivir por encima de nuestras posibilidades y los empresarios amigos de Rajoy y los usureros se vuelvan a dedicar a la construcción y talen árboles y planten grúas. Un viejo sin una grúa es nadie. Disculpen la frustración, pero creo que he malogrado la última oportunidad de ser útil a mi familia. Gracias.

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